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Reconstruyendo el Iraq
10 años después del Estado Islámico
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Han pasado 10 años desde que el Estado Islámico del Iraq y el Levante (EIIL), más conocido como Estado Islámico, arrasó el Iraq. Millones de personas sufrieron violencia, desplazamientos, una crisis económica y conflictos internos.
Cuando el califato fue derrotado en 2017, los daños ascendían a 80.000 millones de dólares de los Estados Unidos (USD), 11 millones de personas dependían de ayudas y había más de 6 millones de desplazadas.
En el Iraq, las comunidades luchan por reconstruir sus vidas, encontrar el camino de vuelta a casa, reencontrarse con sus amigos y vecinos, y sanar traumas indescriptibles.
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Desde las montañas del norte de Sinjar hasta la antigua ciudad de Mosul, pasando por las llanuras de Ramadi, Faluya y Kirkuk, en el PNUD trabajamos con familias, emprendedores, profesionales de la salud y comunidades para proporcionarles una vía de salida al conflicto y la inestabilidad.
El Servicio de Financiación para la Estabilización, dotado con 1.880 millones de USD, ha completado más de 3.741 proyectos en los que se han reconstruido escuelas, hospitales y tribunales, y se ha restablecido el suministro de agua y electricidad. De esta forma, se ha mejorado la vida de casi 9 millones de personas.
He aquí algunas de sus historias de fortaleza en medio de la adversidad.
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Cuando llegó el EIIL, Samia Qasem Melhem, de 29 años, se puso a salvo con sus hermanos en el monte Sinjar.
“Huimos desde Sinjar hasta la montaña sin nada. Mataron a algunos de mis familiares más cercanos y no pudimos hacer nada. No había nadie que nos protegiera. Se llevaron a cuatro de mis amigas de la escuela, niñas yazidíes, y desde entonces no las hemos vuelto a ver. Todavía hay mucho dolor, pero tenemos que seguir adelante”, dice Samia, que tras graduarse en la Universidad de Mosul, dirige un centro de asesoramiento para niños apoyado por el PNUD.
“Sacamos fuerzas del dolor. Estoy orgullosa de decir que soy una mujer yazidí, pero recuerden que aún hay 2.700 personas que están desaparecidas o muertas. Debemos encontrar las herramientas para afrontar el pasado y ayudar a preparar a los niños para el futuro”.
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Kurti Khalaf Haso, de 50 años, también huyó al monte Sinjar. Tras sufrir importantes pérdidas personales, incluida la muerte de uno de sus hijos, Kurti regresó a Snune en 2016 y puso en marcha un negocio de sastrería con una vieja máquina de coser. En 2021, Kurti recibió 3.300.000 dinares iraquíes (aproximadamente unos 2.522 USD) por parte del PNUD, junto con cursos de gestión empresarial. Así, pudo modernizar sus máquinas de coser y ampliar su tienda, lo que proporcionó a su familia la estabilidad que tanto necesitaba. Sus diseños son muy solicitados por los yazidíes que viven en el extranjero.
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La biblioteca de la Universidad de Mosul poseía una de las colecciones de libros y manuscritos más completas de la región. Los militantes islámicos destruyeron la mayoría de los 1,2 millones de libros y manuscritos raros durante los 14 meses en que la biblioteca fue su cuartel general. Afortunadamente, unos 30.000 libros y objetos fueron salvados por voluntarios valientes.
“Resurgimos de la muerte”, afirma Sayf Al Ashgar, de 52 años, que posee el distinguido título de secretario general de las bibliotecas de la Universidad de Mosul.
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“En marzo de 2015, cuando el EIIL convirtió este edificio en su cuartel general en Mosul, supimos que nuestra biblioteca nunca volvería a ser la misma. Durante su ocupación y los posteriores ataques aéreos que se produjeron para desalojarlos, perdimos más del 90 % del contenido de la biblioteca, incluido un valiosísimo Corán del siglo VIII”, explica Sayf.
Él huyó con su familia y pasó un año en Duhok. Su padre murió por una trampa explosiva cuando regresaba a la casa familiar.
“Tras cinco años de proyecto de reconstrucción, el edificio de la biblioteca que había quedado gravemente dañado, finalmente reabrió en febrero de 2022 y ahora tenemos alrededor de 1.200 estudiantes que visitan la biblioteca diariamente”, enfatiza.
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Ali supervisa un equipo de ingenieros con amplia experiencia en el mantenimiento de estas instalaciones de 45 años de antigüedad.
Los militantes llegaron en febrero de 2014 y, unos meses después, cuando la violencia empezó a intensificarse, amenazaron con matar a Ali y a su equipo si no se marchaban.
“Cuando se interrumpió el suministro eléctrico, nuestro principal reto era mantener los generadores en marcha. Ese día de abril de 2015, al ir a comprobar uno de los generadores, un cohete estalló cerca de mí y me derribó”, atestigua Ali.
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“Le faltaba la pierna derecha y estaba perdiendo mucha sangre”, cuenta Haider, quien levantó a su colega, lo subió a un camión y lo llevó a uno de los pocos centros médicos que quedaban.
“Ellos me salvaron”, comenta Ali, señalando su pierna protésica casera. “La hice yo mismo porque, en aquel momento, no había forma de conseguir algo mejor”.
Nueve años después, Ali y su equipo son una familia muy unida que ha sido testigo de todo.
“Siempre mantendremos el agua fluyendo, pase lo que pase. Amamos Ramadi, y este es nuestro trabajo”, expresa.
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Hussein Mahmood, de 76 años, es agricultor desde que tiene uso de razón.
Y explica: “Llevo aquí toda la vida. Cultivamos maíz y trigo, criamos cabras, ovejas y vacas. Tengo una gran familia con muchas bocas que alimentar”.
La invasión del EIIL fue trágica. Asesinaron 48 personas en la ciudad. Hussein perdió a dos hijos.
“Mi primer hijo estaba en el ejército iraquí y fue asesinado en Ramadi por el EIIL. Descubrieron que había quemado la bandera del Estado Islámico, así que lo degollaron y me enviaron el video en el que lo asesinaban”, manifiesta.
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“Mi otro hijo estaba aquí en la granja, pero se enfermó gravemente. EI EIIL no le permitía ir al hospital”.
Hussein conserva el vídeo como advertencia para la próxima generación. “Para recordarles de lo que son capaces”, afirma.
“Lo que hizo el EIIL fue terrible, pero ahora todos trabajamos más duro para evitar que algo así no vuelva a ocurrir”.
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El doctor Ali Wissam, de 28 años, es residente superior de otorrinolaringología en el hospital docente de Tikrit.
“Para mí, todo empezó aquí. Nací en este hospital”, afirma Ali. “Este es mi lugar”.
Cuando llegó el EIIL, estaba estudiando en Jordania. “Fue el momento más aterrador de mi vida. Perdí el contacto con mi familia durante un mes entero”, expresa.
“Sabía que mis padres eran objetivos del EIIL, ya que eran médicos del Gobierno. Mi madre era ginecóloga y mi padre decano de medicina”.
Tras un mes de preocupación, Ali recibió por fin una llamada. Lloró cuando su padre le dijo que habían escapado a Kirkuk y estaban a salvo.
Tras finalizar sus estudios en 2021, regresó a Tikrit e inmediatamente empezó a trabajar en el hospital que lo vio nacer. En el PNUD ayudamos a que el centro sanitario dispusiera de 460 camas y tratamientos de alta calidad a precios bajos.
“Hemos vuelto a ser una familia unida y el trabajo en el hospital me mantiene ocupado. La pesadilla del EIIL nos ha hecho más fuertes y más decididos a ayudar a la gente de Tikrit. Ahora vivo para formar a otros médicos y ayudar a mi pueblo”, comenta.
El trabajo continúa
Aún quedan muchos retos. Un millón de personas desplazadas necesitan encontrar un hogar. La salud de las naciones no se restablece solo con infraestructuras. La reparación de la cohesión social y la reconciliación de las comunidades tomará tiempo. Por ello, en el PNUD seguimos comprometidos con la paz, la dignidad y la unidad social en todo el Iraq.