A tres años de la adopción de la Agenda 2030, ya podemos trazar un balance inicial de lecciones aprendidas y retos pendientes de los países que implementan la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En ese compromiso global de erradicar la pobreza en todas sus formas y conciliar lo económico, lo social y lo ambiental y reducir las desigualdades, quizá la lección fundamental de este periodo en América Latina y el Caribe es que toda acción es de adaptación a lo existente, o de disrupción que transforma el entorno.
Consideremos el dilema del cactus, que se adapta a un entorno hostil. Prospera en la medida en que NO se transforma. Almacena el agua en los tallos, y solo se nutre de noche. Un cambio leve a esta configuración y el cactus “se ahoga” o “se seca”. Está perfectamente adaptado a un severo contexto de carencias. Y, sin embargo, queda la interrogante de que otras plantas florecerían si cambiara el entorno.
Los problemas complejos de la Agenda 2030 –la erradicación de la pobreza extrema, la reducción de emisiones para lograr la meta de 1.5 grados centígrados, la transformación de ciudades sobrepobladas en ciudades verdes y dinámicas— todos lidian con el dilema de atender el cactus o transformar el desierto.
En estos primeros tres años, vemos cinco retos que emergen de este dilema.
1. El primero es trascender el enfoque brecha-por-brecha y concentrarse en transformaciones entrelazadas. La manera como están estructurados los ministerios, por ejemplo, tiende a dificultar las políticas públicas holísticas, que abordan las causas de los problemas y sus múltiples dimensiones, por ejemplo Ministerios de Salud, Educación, Desarrollo Social, Hacienda, Agricultura, con presupuestos separados y agendas ni siempre integradas.
Vemos que redefinir los problemas en sus múltiples dimensiones es insuficiente. Hay que crear incentivos para la intersectorialidad, en el presupuesto, en el poder de decisión y en el impacto de las intervenciones. Sin duda la prioridad es enfatizar lo local, los espacios territoriales y grupos, y a partir de lo territorial, subir en el mando político hacia las agendas presidenciales
2. El segundo reto es que la falta de datos a veces lleva a la inacción. La innovación es clave para llegar al público objetivo en el esfuerzo de no dejar nadie atrás. Hoy las tecnologías móviles hacen posible algo que era un sueño hace 10 años. Se puede construir una base de datos de hogares, y medir de manera continua el impacto de las intervenciones en la vida de la gente y el progreso hacia los ODS . Este es un gran logro, considerando que hace una década muchos países no tenían mas que un censo e intermitentes encuestas demográficas y de hogar. Hoy, Honduras, por ejemplo, tiene un sistema de registros administrativos en panel –construidos con data móvil—para cuatro millones de personas. Ha dado un salto cuántico en su capacidad de reducir la pobreza multidimensional. La tecnología ha permitido realizar un mapeo detallado de la desnutrición infantil y ayuda a adoptar políticas públicas de la manera más efectiva, para no dejar nada atrás.
3. No dejar nadie atrás significa construir un entorno favorable para los territorios y los grupos mas vulnerables –no es un simple llenado de brechas. Desde el PNUD trabajamos con varios gobiernos de la región a nivel local en el mapeo de ´zonas calientes´ o hotspots para identificar dónde se concentran, por barrios, por ejemplo, los índices más altos de desnutrición infantil, de pobreza multidimensional, de informalidad laboral y otros índices que, sumados, nos dan un mapa aproximado de carencias crónicas por ubicación.
Este hotspot nos ayuda a identificar las intersecciones de múltiples brechas en un territorio, donde subsisten las exclusiones duras por género, etnia, raza, condición de migrante y donde están los instrumentos para nivelar el piso, empoderar y reconocer los derechos de las personas.
4. ¿Financiamos a los “ganadores de siempre” o generamos nuevos parámetros para redefinir lo que es ganar? La región pasa por momentos frágiles en lo económico y lo político. El Fondo Monetario Internacional ha recortado sus previsiones de crecimiento para 2018 (de 2,0 a 1,6%) apenas por encima del ritmo de crecimiento poblacional. El ciclo electoral se encuentra en un momento pico, con seis elecciones presidenciales este año y cinco el que viene. Para rematar, el impacto de los huracanes y desastres naturales pasados siguen cobrando facturas, y la temporada de ciclones en el Caribe y el Golfo de México aún no termina. En pocas palabras, hay menos espacio fiscal hoy que hace 10 años en la región para financiar la agenda.
En un momento en que las finanzas publicas se contraen, se abre un espacio importante para el sector privado, las llamadas corporaciones B, que equilibran el propósito y el lucro, las calificaciones de impacto positivo en lo económico, social y ambiental, las inversiones y bonos de impacto y nuevos instrumentos orientados a los sectores emergentes de la economía.
5. Finalmente está el problema de “a quién le importa esta agenda, políticamente”. Vivimos una cultura política de corto plazo, el plazo del periodo electoral. Pensar en políticas que no sean solo de gobierno, que sean de estado, y por 15 anos o más, suele ser un reto. Y, sin embargo, en todos los países de la región emerge una preocupación por las causas y no solos los efectos de crisis coyunturales.
Esto amplia el espectro de apropiación de la Agenda, y a la vez plantea de manera nítida la ambición de los ODS: asistir a los países a transformar su horizonte de lo que es posible –de crear oasis en los desiertos.
El gran reto que presenta la Agenda 2030 para los países es repensar (y rediseñar) sobre los modelos tradicionales de desarrollo y generar los instrumentos para cambiar los entornos de los actores mas vulnerables. Solo al generar transformaciones estructurales podrán incidir en lo económico, social y ambiental, sin dejar nadie atrás.