En 2001, el Gobierno de Sudáfrica actuó de anfitrión de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, en la que los países participantes adoptaron la Declaración y el Programa de Acción de Durban. El entonces Secretario General, Kofi Annan, declaró que la conferencia tenía como objetivo “desterrar de este nuevo siglo el odio y los prejuicios que han desfigurado siglos anteriores”. A pesar de que esta histórica declaración propuso en aquel momento un programa de medidas prácticas y realizables destinadas a combatir el racismo y promover la justicia racial, todavía queda mucho por hacer.
Esto quedó en evidencia con episodios como el asesinato en 2020 de George Floyd (en inglés), que estremeció a la comunidad internacional y provocó el avance del movimiento Black Lives Matter (en inglés) en todo el planeta. En medio del aislamiento social obligado por la pandemia de la COVID-19, el mundo observó con horror las imágenes del teléfono celular de los últimos momentos de la vida de George Floyd. Las emociones, las (no especialmente novedosas) realidades, la rabia y la tristeza marcaron el comienzo de una transformación. Junto con organizaciones y empresas de todo el planeta, el PNUD siguió el llamamiento de Black Lives Matter y se unió al tuit #FightRacism ("lucha contra el racismo"). Sin embargo, la realidad era que para servir al mundo de la mejor manera posible era indispensable hacernos un examen a nosotros mismos como organización.
En aquel momento tuve sentimientos personales y profesionales encontrados, como nunca los había tenido anteriormente. Al principio no entendía por qué no abordábamos inmediatamente estas cuestiones en el trabajo. En mi mente le daba vueltas a la idea de cómo podemos continuar trabajando con normalidad en una organización cuyo mandato se basa en la igualdad para todas las personas sin reconocer este acto salvaje y hacer algo para promover cambios. ¡Me sentía paralizada! Era incapaz de funcionar profesionalmente porque para mí nada era más importante que hablar del hecho de que mi hijo, mi pareja, mi hermano, mi familia, mis colegas y mis amigos podían ser asesinados por ser negros, por las mismas personas que, supuestamente, tenían la obligación de protegerlos.