Creando resiliencia en Cuba tras los estragos del huracán Ian
Contra viento y marea
4 de Julio de 2023
Eran las 4:30 de la madrugada, hora local en Cuba, del 27 de septiembre de 2022 cuando el huracán Ian tocó tierra. Tras su paso, Carlos Valdés solo encontró los despojos de la que fuera su casa.
“El guerrillero”, como lo llaman sus allegados, recogió las pocas tablas y pedazos de tejas que el viento no se había llevado y reconstruyó con lo que tenía a mano un espacio para refugiarse.
El viento y la lluvia se llevaron también todas sus pertenencias. Carlos vio su vida esfumarse en tan solo seis horas.
Las comunidades alrededor de Artemisa y Pinar del Río no son ajenas a los huracanes. A menudo, la mala construcción de las casas las hacen más vulnerables a los efectos de un clima cambiante. Fotos: Shutterstock / Hydebrink (izquierda), Shutterstock / Zaruba Ondrej (centro) y Shutterstock / Dausa Cruz (derecha)
“Nunca hemos vivido nada similar”
Las comunidades del país, especialmente las situadas en Artemisa y Pinar del Río, están experimentadas en el paso de huracanes.
Esta vez, sin embargo, las comunidades repetían: “nunca hemos vivido nada similar”.
Horas antes de que el huracán tocara tierra, la red eléctrica en Cuba colapsó, dejando a 11 millones de personas sin electricidad. Muchos lugares del país, además, perdieron el acceso a la conexión de telefonía móvil y al servicio de gas durante horas.
Y una vez tocó tierra, acabó con la vida de al menos cinco personas, dejó a 636 mil niños sin poder asistir a la escuela y arrasó más de 21.000 hectáreas de cultivo.
Más de la mitad de las viviendas de la provincia de Pinar del Río, en la que vive Carlos, quedaron afectadas; otras más de 100.000 de cuatro provincias distintas también fueron sacudidas.
La magnitud de los recientes cambios en el sistema climático no ha tenido precedentes en muchos siglos. E incluso milenios. Así lo señalaba el 6º informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Y en Cuba, Ian fue una muestra de ello.
A los estragos del clima se le suma la superposición de varias condiciones retadoras de partida que afectan al país: las dificultades para suplir la demanda eléctrica, la escasez de productos alimenticios elaborados y medicamentos, la inflación, así como los obstáculos para la distribución de agua.
Responder a los estragos
La pérdida de techos como el de la casa de Carlos es una de las consecuencias más comunes para las familias tras el paso de un evento meteorológico extremo.
En este contexto, se priorizaron las personas más afectadas y vulnerables para que recibieran láminas de zinc -que es un material que resiste la corrosión, es muy maleable y no desprende tóxicos- con las que poder reconstruir la cubierta de sus hogares.
Parte de esas láminas les llegan a través del Plan de Acción de las Naciones Unidas en el país que, en coordinación con las autoridades cubanas y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cubre las necesidades más apremiantes para responder a los estragos del huracán por una cuantía de 42 millones de dólares estadounidenses.
Entre otras acciones, como parte del Plan, el PNUD pudo brindar cerca de 11.000 lonas que proveyeron una solución de refugio temporal. También, más de 18.000 personas recibieron colchones. “Había familias que estaban durmiendo en un mismo colchón; aún mojado en algunos casos”, precisa Yusimí Moreno, una trabajadora social comunitaria.
En paralelo, se proporcionaron más de 2.000 láminas para techos y más de 4.000 se alistan en puerto cubano para ser enviadas a Pinar del Río. Como apoyo a la colocación de techos seguros, se entregaron más de 1.900 herramientas para brigadas especializadas y comunitarias.
También se entregarán 39 transformadores eléctricos para suministrar corriente alternativa en aquellas áreas en donde la infraestructura es insuficiente.
Pero el éxito de estas soluciones no solo se basa en su efectividad en el corto plazo, sino también en la capacidad de crear resiliencia en las tradiciones constructivas locales. Por ello, se ofrecieron capacitaciones para las comunidades y se agilizó el suministro de materiales para el montaje de techos seguros. El trabajo de techado se realiza en menos de un día.
Adaptación climática desde lo local
Onay Martínez es también de Pinar del Río y hace tiempo que trabaja con miras al futuro.
Él es un productor agrícola en Tierra Brava, su finca. Su predio también recibió los embates del huracán Ian.
"Fui a arreglar hasta el último estrago de las viviendas, porque primero es ayudar a las personas”, explica Onay Martínez (polera roja en la foto). Luego, retiró los árboles caídos que interrumpían el tránsito hacia la finca.
Tierra Brava es un proyecto de autoabastecimiento alimentario sostenible que se articula con la práctica de gestión descentralizada y acciones de desarrollo locales. Frente a una catástrofe como Ian, su finca es más resiliente que otras: el uso que hace de la tierra detiene la erosión del suelo y el sistema de riego que emplea es más eficiente a pesar de la aridez del área.
Esto permite a Onay contribuir a la planificación alimentaria del municipio incluso en momentos de escasez, solventando parte de la demanda de frutas y vegetales de las escuelas de la localidad, así como ayudando a sustituir insumos importados, como la harina para la producción de pan, que se elabora con la pulpa de calabaza de sus tierras. También puede conservar los alimentos en una nevera que funciona con paneles solares, ambos donados por el PNUD.
En Pinar del Río, Ian hizo que el agua del mar penetrara a unos 7 km de la costa. Las barreras naturales como los manglares, que se encuentran en el 70 % del litoral cubano, fueron cruciales para apaciguar los daños: estos árboles protegen las costas de la erosión y mitigan el incremento del nivel del mar.
Desde 2021, el proyecto Mi Costa está restaurando más de 11.000 hectáreas de manglares, contribuyendo a la resiliencia de 1,3 millones de personas en la isla.
"Queda mucho por hacer a fin de adaptarse mejor al cambio climático, pero se vislumbra el empoderamiento de la comunidad que hoy comprende mejor el valor social y cultural de los manglares", afirma Juliette Díaz, de la Agencia de Medio Ambiente de Cuba.
Más allá de las temporadas ciclónicas
Si bien no podemos evitar por completo que ocurran los peligros naturales, podemos ayudar a las comunidades a estar mejor preparadas.
A través de los Sistemas de Alerta Temprana, que se implementan en Centros de Gestión de Riesgo como el de Cuba, o usando herramientas digitales, como CADRI, se pueden anticipar posibles riesgos climáticos, a la vez que reducir la vulnerabilidad de las comunidades y fortalecer las capacidades adaptativas y de respuesta.
Al mejorar la formación de techado, el sembrado de manglares o las prácticas agrícolas, el PNUD Cuba está rompiendo el ciclo de la fragilidad de las comunidades locales como la de Carlos.
La próxima vez que el viento y la marea se enfurezcan en las costas de la isla, encontrará redes de colaboración más fuertes y personas más resilientes.
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Desde hace 50 años, el PNUD acompaña a Cuba en sus prioridades estratégicas hacia el desarrollo sostenible. La creación de condiciones de resiliencia ante eventos meteorológicos extremos ha sido una de las líneas de cooperación consolidadas durante las últimas décadas.
Para llevar a cabo estos proyectos, el PNUD Cuba cuenta con el apoyo de Fondo Central para la Acción en Casos de Emergencia (CERF), el Fondo para el medio Ambiente Mundial (FMAM), el Fondo Verde del Clima (FVC), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (AICS) y Cooperación Suiza de Desarrollo (COSUDE).