Trazando mapas para la construcción de un sistema integral de cuidados en Perú

Ana Sofía Carranza, Asociada técnica en género

22 de Noviembre de 2023

 

Todas y todos necesitamos de cuidados para sostener nuestra vida. Necesitamos cuidados desde que nacemos, mientras vamos creciendo, si tenemos un accidente, y cuando envejecemos; en general, es innegable que los necesitamos. Al mismo tiempo, seguramente, todas y todos cuidaremos de alguien en algún momento de nuestras vidas. 

Cuando hablamos de cuidados, nos referimos a todas las actividades que posibilitan nuestra vida cotidiana y nuestro bienestar, tanto físico como emocional. Aquí, entonces, se incluyen muchísimas tareas necesarias para nuestro día a día—por ejemplo, el mantenimiento de los espacios en casa, el cuidado de los cuerpos, las relaciones sociales, el bienestar psicológico, el apoyo escolar, entre otros—y son no solo una necesidad, sino también un trabajo y un derecho. Y esto último incluye tres dimensiones fundamentales para el desarrollo de las personas: el derecho a cuidar, a ser cuidado y al autocuidado. 

Desde hace mucho tiempo, nuestra sociedad está anclada en nudos estructurales que sostienen las desigualdades de género, relacionados con la reproducción de patrones socioculturales patriarcales, la división sexual del trabajo, la feminización de la pobreza y una cultura del privilegio y poder, donde lo masculino se valora más que lo femenino y donde el trabajo productivo y público se concibe como superior al privado, doméstico y de cuidados (ver CEPAL, 2022). Esto no solo ha generado una desvalorización de los cuidados en el imaginario social, sino que también ha profundizado las desigualdades económicas en nuestro país, situación que se complejiza al incorporar variables como la raza, clase, discapacidad, edad, entre otras. 

En el Perú, estas desigualdades se ven reflejadas en el uso del tiempo, pues, según el INEI (2022), las mujeres dedican 39 horas con 28 minutos cada semana al trabajo de cuidados, mientras que los hombres dedican solamente 15 horas con 54 minutos a estas tareas. Esto resulta en que las mujeres trabajen, en promedio, 9 horas con 15 minutos más que los hombres entre actividades remuneradas y no remuneradas cada semana. Además, cuando vemos cómo hombres y mujeres se insertan en el mercado laboral también encontramos profundas desigualdades, reflejadas en que solo el 63% de las mujeres participan de este, en contraposición al 80.3% de hombres.  

Estas cifras nos invitan a reflexionar sobre tres problemáticas que se relacionan entre sí: la falta de acceso y participación de las mujeres en el ámbito laboral, la sobrecarga de las tareas de cuidados sobre las mujeres y el poco involucramiento de los hombres, empresas y el Estado en estas tareas, y el impacto que tienen estas dinámicas en la autonomía económica de las mujeres.  

Entonces, las mujeres no solo se dedican más al cuidado, sino que también ocupan menos puestos de trabajo pagados formales, y cuando sí trabajan, es más probable que lo hagan en trabajos informales que les den flexibilidad en tiempos y lugares para poder seguir realizando las tareas de cuidado. Esto las coloca en una situación de dependencia económica de sus parejas, generando una relación de poder asimétrica que dificulta que puedan salir de los círculos de violencia. Es por esto que promover la autonomía económica de las mujeres es una estrategia importante y necesaria para la prevención de las violencias de género (por ejemplo, en IDEHPUCP, 2022; ONU Mujeres México, 2021). 

Con miras a hacer frente a esta situación y a promover el aumento de la participación de las mujeres en el ámbito laboral en nuestro país, desde PNUD, estamos implementando la herramienta de Georreferenciación de los cuidados. Esta herramienta, desarrollada por el Equipo de Género del Centro Regional para América Latina y El Caribe del PNUD, y cuya implementación en Perú está siendo financiada por el Gobierno de Japón, a través del programa Digital X, nos permitirá conocer, en este piloto, la demanda y oferta de servicios de cuidados en Lima Metropolitana y el Callao, dirigidos a niñas y niños menores de 5 años, personas con discapacidad y personas adultas mayores en situación de dependencia. Nos centramos en estas poblaciones porque, a pesar de que sabemos que todas y todos necesitamos de cuidados, en un contexto en el que no tenemos todavía una política o un Sistema Nacional de Cuidados, necesitamos enfocar nuestra atención, primero, en quienes más los necesitan.  

Trazar estos mapas, como lo han hecho otros países de la región, nos permitirá conocer dónde se concentran las personas que más necesitan de cuidados y dónde están los servicios públicos, privados y comunitarios que permiten atender esta demanda. Así, utilizamos una herramienta digital a través de la cual podremos identificar con más claridad las brechas y contar con información actualizada que permita orientar la inversión en la mejora e implementación de servicios de cuidados. Aplicamos, entonces, una herramienta digital para enfrentar un problema de desarrollo. 

Empezamos trazando mapas que nos orienten en la construcción de rutas hacia una sociedad que cuida, que comparte la responsabilidad de los cuidados, que valora no solo a quienes necesitan de cuidados sino también a quienes cuidan. El reto de construir un sistema integral y nacional de cuidados seguramente nos acompañará por algunos años y, con miras a aportar a esta construcción, estamos generando evidencias que nos permitan priorizar la inversión de recursos económicos, humanos, y de tiempos, hacia la autonomía económica y participación de las mujeres en el mercado laboral.  

Invertir en cuidados nos permitirá promover la igualdad y prevenir las violencias. Trazamos mapas de cuidados para tener información que nos dé luces para diseñar servicios de cuidados de calidad, cercanos y accesibles para toda la ciudadanía. Invertir en cuidados también permite promover el trabajo decente y crecimiento económico (ODS 8), la igualdad de género (ODS 5), nos acerca a erradicar la pobreza (ODS 1), y promueve inclusive la educación de calidad (ODS 4), a través de servicios de cuidados centrados en el aprendizaje y desarrollo temprano.  

Para avanzar hacia sociedades más justas, equitativas, igualitarias y libres de violencias, sigamos en la ruta de reconocer, valorar e invertir en cuidados, y así cambiar la manera en la que nos organizamos dentro de nuestros hogares y comunidades, dentro de las organizaciones, dentro del mercado laboral y como sociedad.