Costas y comunidades al sur de Cuba: cuando actuar por el clima no puede esperar al futuro

24 de Abril de 2024

“Si el viento fuerte viene del sur, tenemos que salir de aquí”, cuenta Jesús Borrego y le enseña a su nieta el lugar a donde le llevaba en una barca su abuelo cuando venía una tormenta, una isla de manglares en el horizonte de la costa.

“Antes los manglares eran más exuberantes. No nos llegaba algo como el parte meteorológico. Las aves se agitaban y sabíamos que debíamos recoger para salir lo mismo hacia la tierra que hacia el mar, pues los caminos se inundaban y costaba moverse”, relata. 

Cuando era niño, Jesús aprendió a esconderse en los manglares cuando venía una tormenta. Hoy, es una de las personas que moviliza a su comunidad para aprender a adaptarse al cambio climático.

La zona de El Cajío, en Artemisa, es una de las 24 comunidades de la costa sur de Cuba donde actúa el proyecto Mi Costa, identificada en la Tarea Vida, como vulnerable ante la posible subida del nivel de mar.

Con apoyo del Fondo Verde para el Clima e implementado por la Agencia de Medio Ambiente Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre otras instituciones; Mi Costa se propone crear condiciones de resiliencia al cambio climático a través de soluciones de adaptación basadas en fortalecer los servicios que brindan los ecosistemas costeros. Entre ellas, mejorar la salud de los ecosistemas de manglares para incrementar su servicio de protección de la zona costera ante eventos meteorológicos extremos.

A lo largo de la costa sur, para ecosistemas y comunidades como El Cajío, los desafíos del cambio climático han dejado de ser una cuestión de futuro. Una alianza entre personas de ciencia e ingeniería, representantes gubernamentales y activistas comunitarios ha decido que se debe comenzar a trabajar desde hoy.

Zonas de la costa sur de Cuba dónde interviene el proyecto Mi Costa

Las personas del surgidero de Batabanó han tenido que aprender a vivir con las inundaciones frecuentes. Entre las acciones del proyecto, se impulsará el mantenimiento de los canales que permiten mitigar el impacto de estos eventos meteorológicos en la comunidad. 

Fluir para sanar

Para el 2100, en Cuba se pronostica un ascenso del nivel del mar de 95 cm , poniendo en riesgo de afectación por inundación permanente a más de 94 comunidades costeras . Los estudios climáticos recogidos en la Tercera Comunicación Nacional a la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, reconocen además el aumento de la intensidad de las tormentas con respecto a los registros históricos.

En 2017, Cuba lanzó un plan de enfrentamiento al cambio climático conocido como Tarea Vida. El proyecto Mi Costa es uno de sus mecanismos de implementación a lo largo de 1300 km de la costa sur de Cuba. Mi Costa se implementará durante 8 años, y tendrá 22 años dedicados a la operación y mantenimiento de las acciones implementadas.

29.3

centímetros

de ascenso acelerado del nivel medio del mar se pronostican para el año 2050. 95 cm para el 2100.

1

grado celsio

ha aumentado la temperatura del aire en la temperatura media anual y 2 grados en la temperatura mínima media anual de 1951-2017

83

por ciento

de las tormentas que han azotado a Cuba en el periodo 2001-2017 son categorizadas como intensas.

1.2

metros

de las costas De Cuba son afectadas al año por la erosión costera.

544,300

hectáreas

de tierras son afectadas por la intrusión salina solo en los tramos de intervención del proyecto Mi Costa.

14

comunidades

del país tienen riesgo de desaparecer por inundaciones costeras para el año 2050.

Algunas cifras sobre el impacto del cambio climático en las costas del sur de Cuba.

El proyecto aplica el enfoque de la adaptación basada en ecosistemas, el cual propone aprovechar los servicios que brindan los ecosistemas saludables para proteger a las personas, optimizar las infraestructuras y salvaguardar un futuro estable y biodiverso.

De este modo se propone restaurar el nexo y las funcionalidades de los ecosistemas marinos y costeros a través de acciones como el restablecimiento de los flujos de agua hacia la zona costera, que permita rehabilitar los manglares y restaurar su capacidad de servir de vínculo natural entre el mar y la tierra, mitigando la intrusión marina, la penetración del mar y fomentando el renacer del ecosistema y la vitalidad socioeconómica de las comunidades costeras.
Tras años de trabajo y experiencia en distintos proyectos, las personas de ciencia que los diseñan e implementan advierten que las soluciones necesarias van mucho más allá de sembrar manglares. 

“Proyectos como este permiten un cierre de ciclo de la investigación científica a la implementación de soluciones”, explica Jose Miguel Guzmán, coordinador del proyecto.

“Por un lado se trata de restablecer el funcionamiento adecuado de los flujos hídricos, que la acción humana y la influencia de otros fenómenos climatológicos han afectado”, comenta Guzmán. “Si el agua fluye de modo natural por toda la cuenca permite el florecimiento del humedal que es un sistema abierto. De este modo, la movilidad de los nutrientes impulsa el crecimiento del manglar y las especies que lo habitan, así como el pasto marino más adelante. Esto, sumado a las acciones de rehabilitación de los bosques de manglares y ciénagas con un diagnóstico de sus capacidades de crecimiento en cada contexto”.

 Las personas del surgidero de Batabanó han tenido que aprender a vivir con las inundaciones frecuentes. Entre las acciones del proyecto, se impulsará el mantenimiento de los canales que permiten mitigar el impacto de estos eventos meteorológicos en la comunidad. 

La existencia de flujos y canales permite disminuir el efecto de las inundaciones por lluvias o subida del nivel del mar. La restauración del humedal, facilita la rehabilitación de la fauna, posibilitando el sostén de actividades económicas locales como la pesca y la apicultura, afectadas por la degradación del ecosistema, y genera empleos en el trabajo forestal de restauración. También viabiliza la mejora del agua potable que consumen las comunidades y se utiliza en las labores agrícolas.

De conjunto con el Instituto de Recursos Hidráulicos, en el marco del proyecto se realizarán estudios que permitirán diseñar una planificación efectiva del agua como recurso, teniendo en cuenta su disponibilidad y calidad. Además, se realizarán acciones que incrementarán la calidad y disponibilidad de las aguas que benefician a los pobladores de la zona costera y la agricultura para lo cual se contará con equipamiento para realizar las acciones ingenieriles y de diagnóstico adquiridos con apoyo del Fondo Verde para el Clima y PNUD.

Estas intervenciones serán complementadas o con la instalación de sistemas de monitoreo ambiental e hidrológico que permitirán apoyar los sistemas de alerta temprana ante inundaciones, penetración del mar, calidad y disponibilidad de las aguas terrestres, además de perfilar las tareas de sostenibilidad que deben realizar los gobiernos locales.

Los manglares extraen hasta cinco veces más carbono que los bosques terrestres, incorporándolo a sus hojas, ramas, raíces y a los sedimentos que hay bajo ellos, con lo que aumentan el nivel del suelo y frenan la subida del nivel del mar. los troncos de los manglares absorben el impacto de las olas, lo que los convierte en excelentes defensas contra esos peligro (UNEP, 2024)..

Son refugios de biodiversidad, los manglares impulsan una enorme variedad de plantas y animales, muchos de ellos importantes para la producción de alimentos. Actúan como viveros de alevines de peces y hogar de abejas melíferas (UNEP,2024).

Crecer-nos, frente al mar

La comunidad de Júcaro en Ciego de Ávila ha vivido el impacto de los huracanes sobre la primera línea de  costa. Aunque aun falta por lograr para crear las condiciones de mitigación idóneas, sus pobladores trabajan en esa ruta.

A casi un kilómetro del mar, el último fortín de la Trocha de Morón a Júcaro en Ciego de Ávila yace silencioso cerca de donde una vez hubo un gran humedal que colindaba con la línea de costa. La comunidad de Júcaro se encuentra a un centenar de metros. Sus habitantes recuerdan cada ocasión que un huracán arrasó con las viviendas cercanas al mar.

“Ahí estaba mi casita, se la llevó el ciclón Irma”, comenta una de las maestras de la escuela local, mientras saluda a sus alumnas y alumnos que regresan de una actividad de educación medioambiental.

Actividades educativas ambientales en la escuela Ramón Domínguez de la comunidad de Júcaro.

En la escuela primaria de Júcaro, una decena de niñas y niños interpreta una escena teatral donde mencionan de memoria más de cinco plantas que solo existen en la zona del humedal. En la dramatización, las plantas compiten entre sí, pero aprenden a coexistir.

“Nosotros desde las primeras edades los incluimos en estas acciones de educación ambiental, también a madres y padres así como a estudiantes de necesidades educativas especiales”, dice Zoika Benitez, directora de la escuelaRamón Domínguez de la comunidad. “Cuando el ciclón Irma, la memoria de lo que pasó en el pueblo todavía está viva entre las personas. Nuestra población no tenía conciencia del riesgo al que nos estábamos enfrentando”. 

El proyecto Mi Costa ha instalado en la escuela  una de las 7 aulas anexas y 24 centros de creación de capacidades que están distribuidos en todo el país, como parte de las acciones para apoyar a las comunidades a ser protagonistas de las soluciones a los desafíos climáticos.

“Lo que va a hacer sostenible al proyecto es la capacidad de las comunidades de continuarlo. Por eso es esencial que se apropien de él y que aprendamos a convivir con los humedales como facilitadores de la vida, de la reproducción de las especies para poder sostener actividades como la pesca o para la protección ante inundaciones”, subraya Guzmán.

 Actividades de educación medioambiental en las localidades de La Coloma, Pinar del Rïo; Júcaro, Ciego de Ávila; Playa Florida, Camaguey; Manzanillo, Granma.

Comenzar escuchando

Caminando por el Cajío, en Artemisa, todo el mundo saluda a Mireya Acosta, coordinadora del proyecto en la provincia.

“Mi meta es seguir sumando a las personas. Este proyecto le dará una oportunidad a la comunidad, no solo ante los efectos de cambio climático, si no para articularse”, dice.

Puerta por puerta, casa por casa; Mireya ha consultado a las personas de la comunidad sobre sus expectativas con la implementación del proyecto y sus posibles acciones. 

“La comunidad ha cambiado mucho”, insiste Mireya, Acosta “aunque aún tengamos que escuchar y compartir sobre las ventajas de convivir con el humedal como barrera protectora, se ha ganado en conciencia de su utilidad”.

Para Mireya, el trabajo en Mi Costa no comenzó con este proyecto, forma parte de la evolución de varias experiencias de adaptación en los que ha estado implicada en los últimos diez años, que atendieron la creación de capacidades de producción agrícolas más sostenibles en temas como el uso del agua; así como las bases del trabajo en los humedales y las comunidades de la zona. 

La zona costera donde está asentada El Cajío, es la frontera para proteger de la intrusión marina los acuíferos subterráneos de la provincia, uno de los principales polos de abastecimiento agrícola del país y principales fuentes de abasto de agua para La Habana, capital del país. En diálogo con las autoridades locales, el trabajo de personas como Mireya en el proyecto, se convierte en el ejercicio de aplicación de la política del país hacia los objetivos de desarrollo sostenible, con el respaldo del marco político y legal nacional habilitador de estas acciones como la Ley de Medio Ambiente y la Ley de Costas.

La comunidad de El Cajío en Artemisa, construye poco a poco sus soluciones de resiliencia ante el cambio climático.

El proceso de diagnóstico que realiza Mi Costa, implica también entender las expectativas y condiciones de vida de las comunidades vulnerables, para proyectar estrategias de conexión de dichos resultados con los planes de desarrollo local de los territorios. De este modo, el proceso de transformación y salud de estos ecosistemas comienza por las personas, como sanadoras de la naturaleza donde conviven.

“Sí, soy pescadora”. Yordanka Cabrera pasaba toda la semana en el mar antes de nacer su hija menor. Como muchas de las mujeres de la comunidad de Júcaro, tiene habilidades de pesca, aunque no dispone de los medios para ello, tradicionalmente heredados por los hombres. Hoy trabaja como ama de casa y ha decido integrar la brigada de monitoreo del proyecto Mi Costa, donde ayuda en las labores de limpieza del humedal, la valoración del crecimiento de los pastos marinos y la educación comunitaria. A través de las labores del proyecto ha tenido otra oportunidad de conectarse a otra labor social y productiva además de la que ya realiza en su hogar

En el aula anexa del El Cajío, también dentro de la escuela local, la bibliotecaria Mercedes Ramírez, tiene un espacio para soñar, “Quisiera que proyectáramos películas en las mañanas para todo el que quiera venir, como un círculo de interés ambiental; reunirnos, que casi nunca lo hacemos y conversar sobre lo que pasó en la película, que tiene también un aprendizaje. Para los estudiantes serviría de complemento a las asignaturas de educación ambiental que reciben en primer grado”.

En la costa de El Cajío, para Jesús Borrego el proyecto es una oportunidad para tener algo en común, entre las personas, el humedal y el mar. “Me gustaría que pudiéramos reunirnos en las noches aquí”, comenta cuando alguien le pregunta por su guitarra, “con la comunidad junta conociendo y compartiendo con algo de música sobre todo lo que podemos hacer por el futuro desde ahora mismo”. 

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