Energía y desarrollo: de Paraguay para el mundo
11 de Octubre de 2024
Doña Bety sonríe contenta al prender la luz en su casa por primera vez en su comunidad indígena en el Chaco. Jazmín y Lucas vuelven de Corea del Sur llenos de esperanza y conocimiento, tras haber finalizado el curso de capacitación en electromovilidad. Graciela se siente contenta con su emprendimiento industrial en Caaguazú, que cada día crece más. Luis es un orgulloso jubilado de la entidad Itaipú binacional, habiendo sido uno de los primeros técnicos paraguayos en manejar las turbinas y la sala de máquinas. Susana presenta las oportunidades del país a inversores nacionales y extranjeros, atrayendo capital para la industria de autos eléctricos, la generación de baterías de litio, la industrialización de la madera y la soja y la generación de energía solar. Jorge se divierte armando y desarmando su nueva moto eléctrica. Todavía no lo sabe, pero está aprendiendo habilidades que serán invaluables en muy poco tiempo.
Estas historias reales -con nombres ficticios-, son parte de la realidad actual de Paraguay, un país de renta media, con 6.109.903 habitantes y un PIB per cápita de 6.261 USD en una de las economías macroeconómicamente más estables de la región, donde la belleza de la historia, la esperanza y las oportunidades, choca con los retos de la creciente desigualdad, la crisis económica y ambiental y una democracia en riesgo que requiere fortalecerse. La energía es una clave de todo este entramado.
Una mirada al panorama energético nacional
En esta isla rodeada de tierra con 406.752 km2, 100% de la generación de energía es limpia y renovable, y casi 100% de la población tiene acceso a la energía. A pesar de este panorama ejemplar, el uso de la energía es aún bastante gris. Priman la biomasa (41%) y los hidrocarburos (39%) frente a un limitado 20% de aprovechamiento de la hidroenergía, que es quien genera el 100% de la energía limpia en el país.
Esta gran riqueza de energía limpia proviene hasta ahora en un 100% de los grandes cauces hídricos, y con potencial a expandirse principalmente a la energía solar, y asimismo a la eólica.
La primera represa del país fue la Central Hidroeléctrica Acaray, propiedad exclusiva del Estado, ubicada en el río Acaray cerca de su desembocadura en el Paraná, en el distrito de Hernandarias. La Central produce hidroelectricidad desde 1968, con una potencia de 210 MW.
En 1973 se dieron los pasos para las dos siguientes represas -y hasta ahora, últimas-, con la firma de los Tratados que dieron vida a la entidad binacional Itaipú, y la entidad binacional Yacyretá, copropiedad con Brasil, y Argentina, respectivamente. En 1984, y en 1994, estas centrales empezaron a producir energía, con 14.000 MW y 3.200 MW de potencia instalada, donde por Tratado 50% de la energía generada corresponde a cada Estado Parte.
A la fecha, ambas centrales producen energía excedente dentro del 50% que le corresponde al país, el cual es cedido al socio condómino, por el monto establecido en cada Tratado. Itaipú, la segunda mayor hidroeléctrica del mundo en potencia instalada, y la mayor en cuanto a producción de energía, tiene el récord Guiness con los 3.000 millones de MWh de energía generada entre 1984 y 2024, suficiente para abastecer a Paraguay por 136 años, y siendo hoy la energía que ilumina 9 de cada 10 hogares del país. Por su parte, Yacyretá, generó de 1994 al 2024, 440,34 millones de MWh, 22 veces más de lo que utilizó el país en el 2023.
Paraguay posee a la fecha una de las tasas más altas de acceso a la energía, alcanzando a casi 100% de las familias. Así, las dos primeras metas del ODS 7 -Energía limpia y asequible- están casi cumplidas: la brecha que queda abierta para garantizar el acceso universal a servicios energéticos asequibles, fiables y modernos antes del 2030 es de apenas 70.000 familias, la mayoría en el Chaco paraguayo, así como comunidades indígenas en la Región Oriental, a quiénes es fundamental llegar para no dejar a nadie atrás.
Con este panorama positivo, la idea de que la energía es siempre limpia e infinita se ha instalado como imaginario nacional. Pero nada más lejos de la verdad. El Balance Energético nos sigue mostrando datos que destacan la preponderancia del uso de fuentes no renovables y que atentan al medio ambiente, como la biomasa, y de alta dependencia extranjera, como lo son los hidrocarburos, 100% importados.
Adicionalmente, el 99% que sí accede a la energía, enfrenta sus propios desafíos en la calidad de servicio, frecuentemente afectada debido a la necesidad de mejorar la infraestructura de distribución, la demanda en crecimiento y los efectos del cambio climático que se reflejan en veranos cada vez más exigentes.
A ello se suma el dato poco expandido por fuera de los ámbitos técnico y académico, pero crucial, de que entre el 2028-2030, la demanda de energía superará a la oferta: consumiremos como país toda la energía que producimos, y de no haber nuevas fuentes nacionales y de no mejorar la eficiencia con la que usamos nuestra energía, nos veremos obligados a importar. Es decir, en unos 5 años, si no damos vuelta la historia, se apaga la luz.
Las preguntas
Como un país de oportunidades, este escenario nos invita a reflexionar. Se abren muchas preguntas, para aprender, y, principalmente, para accionar.
¿Cómo promover que en el país del 100% de la energía limpia, el uso sea también limpio y renovable? Esta interrogante nos lleva a pensar en el reemplazo del uso de hidrocarburos y biomasa con renovables, como en el sector transporte o en los hogares e industrias, principales usuarios de estas fuentes grises.
¿Cómo generar nuevas fuentes de energía, rápidas, costo-efectivas, accesibles y renovables, para ampliar la oferta energética para evitar el apagón? Esta pregunta revierte complejidades técnicas e institucionales a ser abordadas, en una marcha contra el tiempo, pero con el viento en popa de la voluntad nacional e internacional.
¿Cómo mejoramos de forma más efectiva y eficiente el uso actual de nuestra energía? Esta pregunta nos lleva a pensar distintas acciones de eficiencia energética, desde instalar la cultura del ahorro que apague la luz que no se usa, hasta las políticas de construcciones sostenibles que contemple formas de utilizar la naturaleza y la luz solar para el ahorro de energía.
Y por último, ¿cómo desarrollamos nuevos usos de la energía, que minimicen sus externalidades negativas y maximicen un retorno positivo, transformando energía en desarrollo sostenible para todos y todas?
El camino
Las preguntas, si bien responden a varios de los desafíos, aún parecen incompletas. La energía, como motor del desarrollo, es mucho más que generación, uso o comercialización. La energía es, principalmente, desarrollo.
Entonces, en el país de las oportunidades, que enfrenta enormes desafíos con un índice de desigualdad del 45,1 en el ingreso, con 10,4% de jóvenes nini que ni estudian ni trabajan, 1.330.892 de las personas viviendo en situación de pobreza, con un retroceso democrático que pasó de “democracia deficiente” a “régimen híbrido” en el índice de democracia, y una puntuación de 7,52 que lo ubica como cuarto país en el ranking del índice global de crimen organizado, ¿cómo hacemos que la energía se transforme en desarrollo nacional?
¿Cómo hacemos que la docente que cruza en balsa para dar clase a los niños sin aula pueda tener caminos, tecnología e infraestructura? ¿Cómo hacemos para que la bebé recién nacida en el hospital público tenga servicios de punta que cuiden de su salud integral? ¿Cómo hacemos para que los jóvenes emprendan con éxito en rubros que el mercado nacional e internacional necesita? ¿Cómo hacemos para que las personas confíen en las instituciones y el Estado se fortalezca?
Mirando holísticamente, la energía es efectivamente mucho más. Desde el Laboratorio de Aceleración del PNUD Paraguay, sumando a la experiencia en la materia de la Red global de Laboratorios, de la Oficina País y del Energy Hub, nos emprendemos a explorar estas interrogantes en un nuevo ciclo de aprendizaje, para aprender de las experiencias existentes, y sumar al proceso de desarrollo nacional.