Discurso de apertura: Presentación del Informe sobre Desarrollo Humano 2019
Presentación del Informe sobre Desarrollo Humano 2019
9 de Diciembre de 2019
Para su distribución.
Apertura
Su Excelencia, Presidente Duque,
Presidenta Chinchilla,
distinguidos invitados,
señoras y señores:
Me complace presentar el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) aquí en Colombia, un país que ha logrado grandes avances en los últimos decenios.
Colombia representa una historia sobresaliente de progreso en Desarrollo Humano.
Si comparamos este Informe con el del año pasado, se produjo un “cambio total” de 11 posiciones, desde el lugar 90 al 79, utilizando datos actualizados sobre desarrollo humano en Colombia.
Usando estos mismos datos actualizados, Colombia ha mejorado su posición en 16 lugares entre 2003 y 2018, pasando desde el puesto 95 al puesto 79.
Señor Presidente, sé que aquí en Colombia el PNUD está trabajando en estrecha colaboración con su Gobierno, el sector privado y la sociedad civil en diversas cuestiones, desde cadenas de valor sostenibles y mercados inclusivos - a través del fomento de la estabilización y la lucha contra el cambio climático, hasta la innovación y habilidades tecnológicas para la juventud.
El PNUD espera mantener la alianza actual con Colombia en el futuro, en particular mientras estudiamos las conclusiones del análisis de la desigualdad efectuado en este nuevo Informe sobre Desarrollo Humano.
Señor Presidente, señoras y señores.
Cuando el Informe sobre Desarrollo Humano apareció por primera vez en 1990, atrajo la atención de la comunidad mundial, ya que ofrecía una manera diferente - más allá de los ingresos - de ver el mundo y medir sus progresos.
Casi 30 años después de su creación, el IDH y su Índice de Desarrollo Humano, que clasifica a todos los países del mundo en función de su nivel de desarrollo humano, sigue siendo una voz poderosa.
El informe de este año es el primero de una nueva generación de informes sobre desarrollo humano del PNUD que, como parte de #NextGenUNDP, amplía las fronteras para acelerar el liderazgo intelectual e impulsar el diálogo sobre el futuro del desarrollo, y, por tanto, impulsa los avances hacia la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible 17.
Estamos encantados de contar con una excelente compañía en nuestro trayecto hacia una nueva generación de IDH. Este año, nos acompañan Thomas Piketty y su equipo del Laboratorio sobre las Desigualdades Mundiales de la Escuela de Economía de París, representada hoy por Lucas Chancel, y una serie de eminentes figuras internacionales, como la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla.
Además de dar las gracias a nuestros amables anfitriones, sé que represento el sentir de mis compañeros Pedro, Luis Felipe y Jessica al agradecer a la señora Presidenta y el señor Chancel tanto el tiempo que nos dedican hoy como su profunda implicación en este IDH durante el año pasado.
El tema en el que se centra el IDH este año es muy pertinente. Indica que, a pesar de los avances sin precedentes contra la pobreza, el hambre y las enfermedades, las desigualdades sistémicas están dañando profundamente nuestra sociedad, y analiza por qué.
La desigualdad no es solamente la diferencia de ingresos entre una persona y su vecino. El problema radica en la distribución desigual de riqueza y poder, las arraigadas normas sociales y políticas que están empujando a la gente a lanzarse a las calles de pueblos y ciudades de todo el mundo, y los factores desencadenantes por los que lo seguirán haciendo en el futuro a menos que algo cambie.
En efecto, las capacidades que la gente necesitará para competir en el futuro inmediato han evolucionado. Factores que antes se consideraban un lujo, como la educación terciaria y el acceso a la banda ancha, son cada vez más imprescindibles para prosperar.
Sin embargo, en los países con desarrollo humano muy alto, por ejemplo, las suscripciones a servicios de banda ancha fija están creciendo a un ritmo 15 veces más rápido que en los países con desarrollo humano bajo, y la proporción de la población adulta con estudios superiores también está creciendo a un ritmo más de seis veces superior que en los países de desarrollo humano bajo.
Por tanto, una nueva generación de desigualdades está surgiendo en torno a la educación, y en relación con la tecnología y el cambio climático - dos tendencias que magnifican la situación y que impregnan un ya debilitado tejido social-. El primer paso es reconocer el verdadero rostro de la desigualdad: aquel que debilita la cohesión, socava la confianza de la ciudadanía en el Gobierno, las instituciones y los demás, y evita que personas con talento alcancen todo su potencial.
Lo que suceda después depende de nosotros, porque para la desigualdad existen soluciones.
Considerémosla como el síntoma de un virus, tal como se representaba en el vídeo de apertura.
Para eliminar los síntomas, debemos hacer frente a las causas profundas e invertir en prevención.
A tal fin, como propone el IDH, podemos adoptar nuevos análisis, ideas y políticas que vayan más allá de los ingresos, más allá de los promedios y más allá del presente, que lleguen al fondo del problema y, a la vez, ayuden a las naciones a desarrollar sus economías y mejorar el desarrollo humano - opciones que complementan las respuestas tradicionales centradas en impuestos y transferencias-.
Consideremos cada esfera del análisis por separado:
Más allá de los ingresos
La desigualdad no puede reducirse a una contraposición entre países ricos y países pobres, ni medirse únicamente por los ingresos de una persona.
Sé que esto se reconoce en Colombia, que fue el segundo país del mundo en introducir un índice de pobreza multidimensional nacional.
Tengamos en cuenta que dos tercios de la población mundial que padece múltiples dimensiones de la pobreza - 886 millones de personas - vive en países de ingreso mediano. La desigualdad también existe entre personas que viven bajo el mismo techo.
En Asia Meridional, por ejemplo, casi una cuarta parte de los menores de 5 años viven en hogares en los que al menos un niño padece malnutrición y al menos uno no.
El informe señala que en América Latina y el Caribe la percepción de injusticia en la distribución de la riqueza ha aumentado desde 2012 y se ha vuelto a situar en los niveles de finales de la década de 1990.
Pero la desigualdad en la percepción de felicidad - o bienestar subjetivo, como también se la denomina -, que se había mantenido estable en la región desde 2014, ha aumentado desde entonces.
La dignidad, entendida como tratamiento igualitario y ausencia de discriminación, puede ser aún más importante que los desequilibrios en la distribución de los ingresos.
El informe cita una encuesta de 2017 llevada a cabo en Chile, en la cual el 53% de los participantes afirmaron que les preocupaba la desigualdad de ingresos. Pero expresaron un mayor descontento por la desigualdad en el acceso a la salud y la educación, así como en el respeto y la dignidad con que se trata a las personas.
Por tanto, para comprender las verdaderas causas de la desigualdad debemos ir más allá de los ingresos.
Esta es una cuestión importante, ya que, como muestra el Índice de Desarrollo Humano Ajustado por la Desigualdad 2019, la distribución desigual de la educación, la salud y los niveles de vida obstaculiza el progreso de los países. En 2018 se perdió, debido a las desigualdades, el 20% de los avances en materia de desarrollo humano.
El informe muestra que la desigualdad comienza incluso antes del nacimiento, y argumenta que la inversión en la primera infancia y a lo largo de toda la vida es esencial. En Estados Unidos, por ejemplo, los hijos de familias profesionales escuchan hasta tres veces más palabras que los niños que viven en familias que reciben prestaciones sociales, lo que repercute en las puntuaciones de los exámenes que realizarán en etapas posteriores de la vida.
Así pues, las políticas dirigidas a corregir la desigualdad deben empezar a aplicarse en el momento del nacimiento o aun antes, incluida la inversión en el aprendizaje, la salud y la nutrición de los niños pequeños.
En términos de productividad, el informe muestra que el creciente poder de mercado de los empresarios está relacionado con la reducción de la proporción de los ingresos que reciben los trabajadores. Argumenta que las políticas antimonopolísticas, entre otras, son fundamentales para corregir los desequilibrios de poder en el mercado.
También alega que la tributación no puede considerarse de forma aislada, sino como parte de un sistema de políticas que incluyen el gasto público en salud y educación y alternativas a un estilo de vida con altas emisiones de carbono.
Más allá de los promedios
Los promedios con frecuencia ocultan lo que realmente sucede en la sociedad, afirma el IDH.
Pese a que pueden resultar útiles para explicar el panorama general, se necesita información mucho más detallada para diseñar políticas capaces de combatir eficazmente la desigualdad.
Solo así será posible luchar contra las múltiples dimensiones de la pobreza, dar respuesta a las necesidades de aquellos más postergados - como, por ejemplo, las personas con discapacidad -, y promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
Por ejemplo, si se mantienen las tendencias actuales harán falta 202 años para cerrar la brecha de género que existe en este aspecto solo en lo relativo a las oportunidades económicas.
Si bien se está rompiendo el silencio en lo relativo al abuso, no ocurre lo mismo con el techo de cristal que impide a las mujeres progresar. Por el contrario, persisten los sesgos y las reacciones adversas.
En un momento en que se supone que el progreso debería estar acelerándose para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de aquí a 2030, el Índice de Desigualdad de Género 2019 muestra que, en realidad, los avances se están ralentizando en esta materia.
En un nuevo índice elaborado para este IDH sobre los sesgos sociales en torno al género, alrededor del 42% de los participantes en 77 países opinó que los hombres eran mejores ejecutivos empresariales. Por ello, las políticas que abordan los sesgos, las normas sociales y las estructuras de poder subyacentes resultan absolutamente cruciales.
Por ejemplo, las políticas dirigidas a buscar el equilibrio entre la distribución de los cuidados, sobre todo de los niños son esenciales, dado que buena parte de la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres a lo largo de su ciclo vital surge antes de los 40 años.
Más allá del presente
Las protestas tienen relación con cuestiones que trascienden el momento actual.
Hay quienes argumentan que hemos entrado en la “era de la ansiedad”. La gente está preocupada por su futuro, en particular ante la amenaza de la crisis climática y las transformaciones tecnológicas de nuestras economías y sociedades.
Los países desarrollados son responsables de la mayor parte de la acumulación de emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, los países en desarrollo son los más afectados por el cambio climático.
Y políticas vitales para afrontar la crisis climática, como el establecimiento de un precio para las emisiones de carbono, pueden llegar a gestionarse de forma incorrecta, lo que aumenta las desigualdades reales y percibidas para las personas más desfavorecidas, que destinan una proporción mayor de sus ingresos que sus vecinos más ricos a adquirir bienes y servicios de alto consumo energético.
Sin embargo, si los ingresos procedentes de los precios del carbono se “reciclan” en beneficio de los contribuyentes como parte de un paquete de políticas sociales más amplio, dichas políticas podrían reducir la desigualdad en lugar de incrementarla.
También debemos evitar una “nueva gran divergencia” en nuestras sociedades impulsada por la inteligencia artificial y las tecnologías digitales.
Existen precedentes históricos de revoluciones tecnológicas que han creado desigualdades profundas y persistentes, como en el caso de la Revolución Industrial.
Pero la forma en que adoptamos y utilizamos las nuevas tecnologías está en nuestras manos, y pueden encauzarse de manera beneficiosa.
A tal fin, el IDH recomienda políticas de protección social que, por ejemplo, aseguren la inversión en el aprendizaje a lo largo de toda la vida para ayudar a los trabajadores a adaptarse o cambiar de ocupación, así como un consenso internacional sobre la manera de gravar las actividades digitales - todo ello como parte de la construcción de una nueva economía digital, segura y estable, que promueva el desarrollo humano inclusivo -.
Clausura
Señoras y señores, el PNUD tiene el compromiso de ampliar las fronteras del desarrollo de manera que nadie se quede atrás, así como de acelerar la acción local en favor del cambio mundial y, a la vez, expandir los límites de nuestra forma de pensar, ejecutar, invertir y administrar con objeto de impulsar los avances hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Como resultado, el año pasado, por ejemplo, 31 millones de personas en todo el mundo tuvieron mayor acceso a los servicios que necesitan para hacer frente a la pobreza; 21 millones de personas se registraron en los padrones electorales; 27 millones de personas mostraron mayor resiliencia al cambio climático; y se recortaron 256 millones de toneladas de emisiones de carbono, el equivalente a retirar de las calles más de 50 millones de automóviles durante un año.
En los 170 países y territorios en los que operamos, hemos observado un aumento de la demanda en las mismas esferas que amenazan con producir una nueva gran divergencia entre países y comunidades: el cambio climático y la tecnología.
Hemos observado, por ejemplo, que se nos solicita más nuestra colaboración en lo relativo a la manera de usar las tecnologías y las soluciones digitales para mejorar la participación ciudadana, promover la inclusión digital, luchar contra la corrupción y defender los derechos humanos.
Y hemos trabajado con 140 países para luchar contra el cambio climático, en particular a través de sus contribuciones determinadas a nivel nacional. Estas constituyen las piedras angulares del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, el cual esta semana ocupa los titulares al otro lado del Atlántico, en Madrid, durante las negociaciones internacionales sobre el cambio climático.
El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, ha hecho hincapié en la necesidad de cambiar rápida y profundamente nuestra forma de vida, lo que incluye gravar la contaminación, no a las personas, haciendo evidente la estrecha interrelación y el carácter sistémico de los retos que constituyen la desigualdad y la crisis climática.
Aquí en América Latina, nuestro apoyo incluye el trabajo con la República Dominicana en el primer índice de vulnerabilidad ante choques climáticos, y con el Uruguay en su Sistema Nacional de Emergencias, con miras a conectar mejor, en tiempo real, a las personas afectadas y los equipos de respuesta. Ambos ejemplos ponen de manifiesto cómo trabajan UNDP y sus socios para adaptar el pensamiento tradicional sobre los sistemas de “protección social” a esta era de crisis climática.
De cara al futuro, tenemos claro que el PNUD debe apoyar a los encargados de la formulación de políticas y a los tomadores de decisiones para que no solo se centren en los coeficientes de Gini y los impuestos - sin por ello restarles importancia -, sino que vayan más allá.
Asimismo, debe proporcionar análisis - como el que ofrecemos hoy - sobre las múltiples dimensiones de la desigualdad, acompañados de soluciones integradas y equiparadoras que se apliquen desde los primeros momentos de la vida y abarquen lo que podríamos considerar las tres etapas clave del ciclo vital:
- antes de ingresar en el mercado laboral, a fin de hacer frente a las brechas nutricionales, sanitarias y educativas entre los niños y los jóvenes;
- una vez en el mercado laboral, con miras a aprovechar el poder de las políticas laborales, industriales, de género y antimonopolísticas para nivelar el acceso a las oportunidades;
- y después de participar en el mercado laboral, para garantizar que los impuestos, las transferencias y los subsidios equiparan las oportunidades entre los ricos y los pobres.
Cada uno de los pasos que el PNUD da con sus socios tiene sus raíces en nuestro compromiso de hacer frente a los numerosos rostros de la desigualdad; asimismo, constituye una demostración de que los encargados de adoptar decisiones están tomando medidas para no dejar a nadie atrás.
La cuestión es si esto es suficiente, y si los avances se están registrando a la velocidad y la escala requeridas, incluidos los progresos hacia la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para finales de la próxima década - objetivos que nacieron gracias a la determinación de países como Colombia en la Conferencia Río+20 sobre el Desarrollo Sostenible celebrada en 2012-.
Si nos fijamos en las noticias o, dependiendo de dónde nos encontremos en el mundo, si miramos por la ventana, la respuesta a esa pregunta será “no”.
Esta es, por tanto, nuestra tarea colectiva:
- finalizar la labor iniciada en el siglo XX, de manera que toda la población del planeta goce de las libertades y oportunidades básicas que necesita para tener una vida digna;
- hacer frente a las nuevas desigualdades surgidas en el siglo XXI, las cuales, como se describe en este IDH, pintan un panorama en evolución en lo relativo a cómo se sienten las personas, sus aspiraciones y sus expectativas para el futuro;
- y - dado que un bebé nacido en 2020 probablemente vivirá hasta comienzos del siglo próximo-, preparar el terreno para que en el siglo XXII todas las personas disfruten de las mismas oportunidades y libertades, y que las desigualdades que vemos hoy en día sean cosa del pasado.
Para llevar a cabo esta tarea, que abarca tres siglos, será necesario cambiar normas sociales, económicas y políticas profundamente arraigadas en la historia de las naciones.
La decisión de cambiar está en nuestras manos.
Hace unos 40 años, el padre fundador del desarrollo humano, el profesor Amartya Sen, formuló una pregunta aparentemente sencilla: ¿igualdad de qué?
Respondió de una manera igualmente sencilla: igualdad en las cosas que nos importan para construir el futuro al que aspiramos.
Las palabras del profesor Sen nos recuerdan por qué esto es importante, por qué debemos ir más allá del crecimiento y los mercados para entender por qué las personas están descontentas, y qué pueden hacer los líderes al respecto.
Recorremos juntos este camino porque estamos construyendo el futuro. Asegurémonos de que estaremos orgullosos de él.
Gracias.