Por: Eduardo Blasina* y Stefan Liller**
El año 2020 marca un hito en la historia de la humanidad. En la actualidad, estamos viviendo situaciones que no tienen precedentes, pero también dan la oportunidad para acelerar cambios a nivel global y local que mejoren la vida de las personas.
El colapso de la biodiversidad, el creciente calentamiento global, la contaminación del aire y del agua, la desertificación y la pérdida de suelos productivos, son algunas de las señales inequívocas de que las actividades vinculadas a la producción, el consumo y los residuos deben repensarse. En este sentido, existen numerosos compromisos globales de los que Uruguay es parte, como la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Convenio sobre Diversidad Biológica.
Para el logro de estos compromisos, las distintas formas de producir y consumir para todos los sectores de actividad deben ser repensadas para converger hacia un esfuerzo global por revertir las tendencias que ponen en peligro el bienestar de las futuras generaciones.
Existe un gran número de organizaciones y movimientos a nivel internacional comprometidos con la sostenibilidad y el ambiente, que están integrados por los más diversos sectores de la población y, en muchos casos, tienen dentro de sus voceros/as y activistas a jóvenes con preocupación por el futuro.
Uno de los desafíos a nivel global es el de desentrañar los mecanismos por los cuales la producción de alimentos nos permita garantizar la seguridad alimentaria, enfrentando el reto del crecimiento demográfico y, al mismo tiempo, revertir los impactos sobre la naturaleza y, particularmente, sobre las poblaciones más vulnerables.
En este contexto, es cada vez más urgente una transición orientada a la producción sostenible de alimentos y a la promoción del consumo sostenible, restaurando así los ecosistemas degradados y la biodiversidad, favoreciendo el balance de carbono y reduciendo el aporte de nitrógeno y fósforo a las aguas. En Uruguay existe una enorme oportunidad de potenciar los conocimientos tradicionales y fomentar su diálogo con avances tecnológicos, enfocado en las necesidades y los contextos locales.
La agroecología propone un paradigma alternativo que marca la transición a sistemas alimentarios y agrícolas sostenibles necesarios para garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, disminuir las desigualdades socioeconómicas y conservar los servicios ecosistémicos de los cuales depende la agricultura, sin perder viabilidad y equilibrio económico.
Asimismo, proporciona conocimiento y metodologías para desarrollar sistemas agrarios sostenibles. Ha demostrado sus beneficios ambientales, sociales y sanitarios, mejorando las condiciones de los suelos, las condiciones de vida, haciendo un uso más racional de los recursos naturales, y reduciendo los daños a la salud de productores y consumidores.
A nivel nacional, ya hay valiosos antecedentes provenientes de actores sociales y sectoriales, y de instituciones públicas y privadas, que iluminan el camino, así como un abanico de prácticas agrícolas sostenibles, tanto tradicionales como innovadoras. Algunos ejemplos pueden encontrarse en las producciones intensivas de granjas agroecológicas de Canelones y Montevideo rural, y sus eficientes y articulados circuitos cortos de comercialización; la horticultura orgánica protegida en el litoral Norte; las experiencias de lechería y quesería ecológica artesanal en Colonia y San José; la ganadería apoyada en la conservación y el uso sostenible de campo natural en el Este y Norte del país; la producción de granos orgánicos o con una racionalización o sustitución de agroquímicos por bioinsumos; las biofábricas de insumos, así como iniciativas de agroecología urbana con redes de huertas comunitarias, escolares y domésticas.
Estas experiencias vienen ganando terreno y, para amplificarse, necesitan apoyarse y ser apoyadas por la investigación, la ciencia y la extensión, así como por toda una serie de adaptaciones en los marcos normativos e institucionales que permitan su aplicación.
Acelerar el conocimiento en control biológico, recuperar la estabilidad ecológica de las rotaciones agrícola-ganaderas, implementar una revolución agrotecnología sostenible, incorporar la economía circular y los instrumentos de economía ambiental a las prácticas agrícolas son metas impostergables para un país innovador, que a lo largo de su historia ha logrado convertir grandes problemas en soluciones, que luego escalan al mundo entero.
Uruguay tiene la oportunidad de ser protagonista y constituirse en un faro de promoción, profundización, innovación y divulgación de prácticas en agroecología. Además de un camino estratégico alineado con el perfil del país, sería un proyecto para enamorar uruguayos y uruguayas, y al mundo entero.
* Presidente de la Comisión Honoraria del Plan para el Fomento de la Producción con Bases Agroecológicas
** Representante Residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Uruguay